Abrí los ojos por la molestia de la luz del sol. Un dolor de cabeza demasiado familiar me recordó lo ocurrido la noche anterior. Mi veinte cumpleaños, pasado por alcohol. Era así desde los dieciséis. No era la mejor vida, pero era la que tenía. Unos padres que no se preocupaban por mi, siempre estaban trabajando. La verdad,vivía bien. No me quejaba, tenía dinero y buenos amigos.
Me levanté de la cama intentando peinarme mi pelo rosa. Bajamos al salón y allí había por lo menos veinte personas. Se veía a la legua su estado, o bien medio dormidos o bien aún borrachos. Ahí me di cuenta de que algo tenía que cambiar.
Años después...
Me teñí el pelo de un color menos llamativo. Me enamoré de Marcel, el chico al que menospreciábamos todos, el nerd del pueblo. Nos mudamos a Seattle y comencé a trabajar en una editorial. Nos prometimos y estábamos esperando nuestro primer hijo. Hoy, hace cinco años, me di cuenta en un segundo de que mi vida tenía que dar un giro. Tarde o temprano todos maduramos. Aunque yo mantenía ese recuerdo adolescente en un pequeño tatuaje...
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